Huaraz, octubre de 2025. Cada 31 de octubre, el Perú se viste de fiesta para celebrar dos tradiciones que conviven con alegría y creatividad: Halloween y el Día de la Canción Criolla. Dos celebraciones distintas en origen y espíritu, pero que reflejan la diversidad cultural y la identidad mestiza del país.
Realizado por: Obregón Aguilar Xiomara, Ramirez Soto Danna y Sanchez Robles Paola
El Día de la Canción Criolla fue instaurado oficialmente el 18 de octubre de 1944 por el entonces presidente Manuel Prado Ugarteche, con el propósito de rendir homenaje a la música criolla, considerada una de las más representativas de la identidad peruana. Desde entonces, cada 31 de octubre, el sonido de la guitarra, el cajón y las voces de grandes intérpretes como Chabuca Granda, Lucha Reyes, Óscar Avilés y Jesús Vásquez llenan las peñas, plazas y colegios de todo el país. Esta celebración busca mantener viva la tradición del vals peruano, la marinera limeña y el festejo, géneros que narran la historia, el amor y el sentir popular del pueblo peruano.
Por su parte, Halloween tiene raíces mucho más antiguas. Nació hace más de 2,000 años en Irlanda, como una festividad celta llamada Samhain, que marcaba el fin del verano y el inicio del invierno. Con el tiempo, la Iglesia Católica la transformó en la víspera del Día de Todos los Santos (All Hallows’ Eve), y de ahí surgió el nombre “Halloween”.
Durante el siglo XX, esta tradición se popularizó en Estados Unidos, convirtiéndose en una celebración moderna centrada en los disfraces, las historias de miedo y la búsqueda de dulces. Su llegada al Perú ocurrió a mediados del siglo pasado, influenciada por el cine, la televisión y la globalización cultural.
Hoy, el Perú ha logrado combinar ambas celebraciones de manera única. Mientras muchos disfrutan de fiestas, disfraces y decoraciones terroríficas, otros celebran con valses criollos, marinera y jarana. En algunas comunidades y colegios incluso se realizan actividades que mezclan ambas tradiciones, mostrando que la cultura peruana puede acoger influencias extranjeras sin dejar de valorar sus propias raíces.
